
O la caída del Olimpo en tiempos de inoculaciones, censura y (des)esperanza
Hace ya un tiempo, quizás demasiado, que la veracidad de un hecho es inversamente proporcional al número de desmentidos por los flamantes e “independientes” verificadores de los mismos: esos adalides de la verdad y la Ciencia que se apelotonan en la primera página de resultados del “todopoderoso” Google, el nuevo Apolo al que nos debemos.
Por algo Apolo era el dios de la verdad y, curiosamente, de la medicina y las plagas. No se conformaba con dirigir a las musas y ser el más buenorro del Olimpo. Él quería más. Lo típico de superar a papá, aunque fuera el mismísimo Zeus.
No es de extrañar que, cuando la bellísima princesa troyana Cassandra se le resistió, tuviera la ocurrencia de vengarse condenándola al peor de los ostracismos: el de no ser creída.
Porque, por muy apuesto y muy dios que fuera, el chico tenía su corazoncito, y esa cosa tan traicionera que llaman “ego”.
Vaya.
Y ya sabemos cómo acabó la historia. Ya sabemos que “ardió Troya”, y que, a pesar de que Cassandra se desgañitara advirtiendo lo que iba a pasar, …pasó.
Será que las cosas pasan cuando tienen que pasar. O sería el aprendizaje que necesitaban los troyanos. O el que necesitaba Cassandra.
Da igual. Las cosas siguen su curso, pese a quien pese.
O será que se ha extendido el “complejo de Cassandra”, acuñado despectivamente por la psicología moderna como una caricatura de aquellos ( más bien aquellas) que se creen capaces de predecir el futuro.
Bonito nombre para una patología inventada. Otro gol del lenguaje. Ya sabemos que “Dios es el verbo” y las palabras se erigen por todo lo alto. Como “negacionista” o “conspiranoico”; dos enrevesados términos para aquellos que no se rinden a Apolo. Vaya con Apolo.
Ya sabemos que “Dios es el verbo” y las palabras se erigen por todo lo alto. Como “negacionista” o “conspiranoico”; dos enrevesados términos para aquellos que no se rinden a Apolo. Vaya con Apolo

Quizás peligre su puesto en el Olimpo, y por eso se lo toma tan a pecho. Debe ser.
He oído que el Olimpo está ya algo vacío. Que en esta nueva era…ah no; no esa “new age” inventada precisamente para denostar la de verdad. Me refiero a la buena, en la que nos damos cuenta de que todos somos Dios ( esta vez con mayúsculas), y que tenemos poder creador, y que ya no hay dios que nos tosa por muy apolíneo que sea, o por mucho que nos amenace.
Porque cuando uno es consciente de que es un ser eterno, cuando toma conciencia de que ningún diosecillo egóico le va a toser,…entonces pierde el miedo.
Cuando uno es consciente de que es un ser eterno, cuando toma conciencia de que ningún diosecillo egóico le va a toser,…entonces pierde el miedo
Y un humano sin miedo es imparable, porque no necesita dioses, ni tronos. Y porque sabe distinguir la verdad por sí mismo, tan sólo con mirar hacia dentro.
Lástima de Olimpo. Pero se acabó el tiempo, chicos.
Y se resisten, …pero resistiremos.
Seguiremos presenciando la batalla final. Con frustración a veces. Con estoicismo otras.
Y algunos…muchos más de los que pensamos, escucharemos con atención a todas las Cassandras, aunque ellas mismas desesperen y piensen que es una batalla perdida…”Ya no hago más entrevistas”, me contestó por teléfono hace meses la Dra. Martínez Abarracín ante mi insistencia. “Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Quien quiera enterarse se enterará…tenéis mi permiso para usar todo lo que he dicho hasta ahora. Estoy cansada de repetirlo”.
Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Quien quiera enterarse se enterará
Dra. Martínez Albarracín
Y la entiendo.
Y, de vez en cuando, vuelvo a ver algún vídeo suyo. O de la Dra. Acevedo Whitehouse.
Y aunque muchas otras necesite un chute de Robert Martínez, o huir al mundo de David Parcerisa, sé, querida Cassandra, que ya no hay dios que te pueda callar.
Aunque te tapen la boca con un bozal. Aunque Google se encargue de dilapidarte.
No desesperes. Tus palabras llegarán a quien tengan que llegar. Y eso sirve.
Porque esta batalla ya está ganada,…pero nadie dijo que vaciar el Olimpo fuera fácil.